martes, octubre 10, 2006

Herodoto cuenta en su Libro VIII que, cuando Jerjes quiso saber cuál era el premio que daban los griegos a los vencedores de los Juegos Olímpicos, estos le respondieron que una corona de olivo. Tritantecmes, general de Jerjes, exclamó: “Contra qué gente hemos ido a combatir, que no compiten por dinero sino por su propio honor”.



Salvaje como un cuadro de Klimt.
Como los alemanes ocupando las fortificaciones de Rodas.
Como el mar que me moja desde el espigón todas las mañanas o la llama de una vela en mi cuarto.
Como la entrada al barrio judío de una ciudad árabe que nunca llegaré a conocer.

Me miro al espejo recién levantado, y me parece que cada día tengo las arrugas junto a los ojos más pronunciadas. En la cocina suenan al mismo tiempo la cadena musical y la cafetera. Händel desde primera hora de la mañana. El mar parece sucio por la bruma. Aún no ha salido el sol, y yo hoy me siento más salvaje que de costumbre. Igual que el día. La lluvia empieza a golpear con más fuerza en los cristales. Llega una nueva borrasca de aire caliente, y yo iré a trabajar deseando que esta mañana pase rápido, y que llegue más rápida aún la tarde. Pienso pasármela de compras, preparándome para la noche...