miércoles, septiembre 13, 2006

Alaba Schopenhauer hablar sin acento. Lo mismo Lord Chesterfield en las cartas a su hijo, en las que una y otra vez le reitera la necesidad de conocer el alemán, el italiano y el francés.
"El sentido y el valor de cada una de las palabras revisten a menudo importancia capital en un acuerdo, y aún incluso en una carta".
Como si las palabras tuviesen casi un poder amenazador, quizá mayor hacia los demás que hacia nosotros mismos.
Podemos usar las palabras como caricias hacia los demás, pero apenas hacia nosotros mismos. En cambio, sí casi siempre contra nosotros mismos. Esto es mucho más fácil. ¿Pueden llegar a compensarnos las palabras de los otros? Quizá sólo sean necesarias las caricias, la ternura, y deberíamos prescindir de las palabras o al menos situarlas en los lugares justos, fuera de donde puedan hacernos daño, en las esquinas de la realidad, de nosotros mismos. Quedarnos sólo con las caricias, las de la otra persona, y las propias. Donde cualquier acento esté fuera de lugar, salvo el de los diferentes ritmos de mi respiración al sentirlas.

3 Comments:

At 3:23 p. m., Anonymous Anónimo said...

Me gustan las palabras y me gustan las caricias y si se juntan con las de alguien muy especial mucho más.

 
At 10:36 a. m., Blogger Pau said...

¡Hola lector!
Sí, cuantos más idiomas sepas mejor, porque así te puedes comunicar con muchísima más gente.

 
At 1:29 p. m., Blogger Pliegos de palabras said...

Hola, Pau! Me ha hecho mucha ilusión encontrarme con tu comentario. Ambos somos fanáticos de los idiomas, aunque me temo que yo diría, como Polidori, que "hablo siete idiomas y todos mal" :)
Un beso. Espero seguir sabiendo de ti...

 

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